19 mar 2011

Obsolescencia.

El gélido aire de invierno cortaba al contacto con la piel. La gente paseaba bajo unos abrigos tan grandes que parecía que se habían vestido con el edredón de la cama. Llevaban sus cuellos y bocas ahogados por serpientes de lana y sus cabezas tapadas, de forma que de sus caras sólo se vislumbraban los ojos y con suerte alguna roja nariz.

En el parque, los niños correteaban ajenos al frío, con unas ganas horribles de quitarse toda esa molesta ropa que les impedía revolcarse con propiedad. Con su estatura, un anorak estilo muñeco michelín está muy bien para jugar a ser una albóndiga, pero cuando intentaban levantarse y cambiar de juego, quizás a ser pájaros o aviones, no conseguían más que rodar en el suelo. Eso y desesperar a sus madres. O a sus abuelas. O a sus niñeras. Cada vez había más de estas últimas y menos madres. En definitiva cada vez había menos niños. Ya ni siquiera ellos querían salir a jugar, tirarse bolas de nieve y que los mocos formaran estalactitas en sus pequeñas narices.

En un banco alejado de los demás, tan solitario como él mismo, se encontraba siempre el mismo viejo. El mismo porque siempre estaba allí y porque, al igual que este paisaje, podría ser el de cualquier ciudad. En todos lados es lo mismo: un parque de juegos cada vez más desierto y unos cuantos viejos dispersos. Y por suerte, éste viejo. Puede que te parezca que no es más que una pasa refunfuñona con la que nadie quiere jugar a la petanca, pero eso es porque no le has mirado bien. Porque no te has fijado en el deslumbrante brillo de sus ojos. Ese señor no es un viejo realmente, lo que pasa es que ha peleado tanto tantísimo en la vida y ha sufrido y a vivido y a sentido tanto, que se ha llenado de arrugas. Una por cada vivencia. Pero en su espíritu guarda la fuerza que los jóvenes no tienen. Que ya nadie tiene. Y él se lamenta por todos ellos. Esos cerebros echos puré. Esas vidas de absurdo consumismo. Esas carcasas, apalancadas en sofás de Ikea, dejándose erosionar por la estúpida sociedad. Hasta que solo queda el sedimento. Los restos.

Cómo dice nuestro viejo, “cada vez se está haciendo más difícil reconocernos. Reconocer personas. Yo siempre he venido aquí porque creía que estaría a salvo, pero hasta los niños están desapareciendo. El brillo de sus ojos se extingue como la llama de una vela dentro de un frasco. Nos falta el oxígeno.”


(inspiración)

3 comentarios:

  1. Lo remataré todo con una palabra muy simple: AMÉN.

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  2. No me gusta que sea verdad todo lo que dices. ¡Qué triste que ocurra!

    Te tiro una bola de nieve, a cambio de una sonrisa. :)

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